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terpretables. Pero los documentos tales como el Codex Borgia, el Féjerváry-Mayer, y sobre todo las pinturas mixtecas, zapotecas y cuicatecas, están lejos de haberse explicado en su conjunto. Las pacientes investigaciones de Seler han aclarado muchas cuestiones, principalmente en lo que concierne a las representaciones religiosas, pero su contenido íntimo permanece todavía oculto para nosotros. En particular, las fechas que leemos al lado de las figuras tienen un sentido que no comprendemos.

Las escenas históricas de las pinturas mejicanas han sido explicadas todas, pero no ocurre lo mismo con las que llenan las producciones gráficas del Oajaca. Ni siquiera estamos en disposición, en el momento actual, de leer los nombres de ciudades que abundan en el Codex de Viena, por ejemplo. Débese esto a la insuficiencia de nuestro conocimiento de las lenguas del istmo de Tehuantepec (zapoteca, mixteca, cuicateca). Es un campo abierto al estudio.

CAPITULO VII

Vida privada de los antiguos mejicanos.

SUMARIO: I. La vida urbana, la ciudad y los monumentos.-II._ El vestido y el adorno.-III. La alimentación y la cocina.-IV. Las artes industriales: tejido, tintorería, cerámica, trabajo de los metales, talla de las piedras duras.

§ I.-LA VIDA URBANA, LA CIUDAD Y LOS MONUMENTOS

La civilización azteca es una civilización urbana. Méjico, como Roma, había sometido a sus leyes a pueblos diversos, y, como en Roma, los ciudadanos solamente tenían un status social bien definido. La plebe de las poblaciones y de las aldeas circundantes no se contaba, al menos en los documentos que la Historia nos ha trasmitido.

Cortés nos hace una descrición de la capital, corazón del Imperio azteca (1). «Esta Gran Ciudad de Temixtitán está fundada en esta Laguna salada (laguna de Tezcoco), i desde la Tierra-firme hasta el cuerpo de la dicha Ciudad, por qualquiera parte que quisieren entrar en ella, ai dos leguas. Tiene quatro entradas, todas de Calçada, hecha a mano, tan ancha como dos Lanças Ginetas. Es tan grande la Ciudad como Sevilla, i Córdova. Son las Calles de ella, digo las principales, mui anchas, i mui derechas, i algunas de éstas, i todas las demás, son la mitad de Tierra, i por la otra mitad es Agua, por lo qual andan en sus Canoas: i todas las Calles, de trecho a trecho, están abiertas, por do atraviesa el Agua de las vnas a las otras.

(1) Copiaremos esta descripción del mismo Cortés, Carta de relación, (edición de D. Andrés González Barcia, Historiadores priimtivos de Indias, volumen I, Madrid, 1749).

E en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas, ai sus Puentes, de mui anchas, i mui grandes Vigas juntas, i recias, i bien labradas: i tales, que por muchas de ellas pueden pasar diez de Caballo juntos a la par›.

Los autores antiguos nos dicen que las calles de Méjico eran estrechas, muy numerosas e interrumpidas por plazas, a las que daban sombra añosos árboles y en las que se celebraban los mercados. Nos dicen también que cada corporación habitaba un barrio especial: aquí la de los plateros, allí la de los tallistas de piedras duras, más allá la de los titiriteros, etcétera; pero ya hemos visto lo que hay que pensar acerca de sus afirmaciones.

Los «palacios de los príncipes», es decir, los edificios municipales, se alzaban en el centro de la ciudad y ocupaban vasta superficie. El gran teocali, templo de Huitzilopochtli, cuyos cimientos se han descubierto recientemente (1), era todavía más vasto. Por último, la plaza del gran tianquiztli o mercado, establecida en el emplazamiento de Tlaltelolco, era, al decir de los cronistas, una de las partes más interesantes de Méjico.

La cifra de población de Méjico ha sido objeto de apreciaciones diversas. TORQUEMADA (2) dice que la capital azteca contaba un millón de habitantes; HERNÁN CORTÉS Y PEDRO MÁRTIR DE ANGLERIA pretenden que comprendía sesenta mil casas, lo cual habría dado, según JOURDANET (3), una cifra de 300.000 habitantes; los autores modernos tienden a reducir considerablemente este número y atribuyen a Méjico una población de 50 a 60.000 habitantes (4). Varias particularidades de la historia de la conquista parecen indicar que la población de Méjico no pasó nunca de esta cifra. Los aliados tlascaltecas y chololtecas del ejército de Cortés eran en número de 75.000, los soldados españoles que le acompañaban eran, a lo sumo, unos centenares. Ahora bien, Méjico, ciudad situada en medio de una laguna y accesible solamente por calzadas fáciles de interceptar, fue sometida, con trabajo, es verdad, por los asaltantes, la mayor parte armados a la india. Si Méjico hubiera tenido 100.000 habitantes, no habría podido apoderarse de ella el ejército del conquistador.

Los españoles, cuando penetraron en Méjico, quedaron sorprendidos ante el número y variedad de los edificios.

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(1) En el curso de excavaciones hechas para el saneamiento de la parte central de Méjico. Véase E. SELER, Die Ausgrabungen am Orte des Haupttempels in Mexico (SGA, vol. II, págs. 767-905).

(2) Monarquia Indiana, vol. I, libro III, cap. XXIII.

(3) Introducción a la traducción francesa de la Historia general de las cosas de Nueva España, de Fr. BERNARDINO DE SAHAGUN, pági

na XXV.

(4) La cifra de 60.000 habitantes ha sido propuesta en el siglo XVIII por ROBERTSON, History of America.

Las casas eran de dos clases: el teopantzintli y el tezcali (1). El teopantzintli se hacía con aparejo de piedra. Era construcción de una sola pieza, rectangular. El suelo era de tierra apisonada y las paredes estaban encaladas. El tejado de estas casas era plano o a una o dos aguas y se cubría con hierbas.

El tezcali era de menores dimensiones, las paredes hechas con adobes o con piedras no labradas a escuadra y unidas con arcilla. A veces aun, se hacía con palos cubiertos de arcilla mezclada con hierbas picadas.

Las casas tenían siempre al lado dos dependencias: el cencali o granero y el temazcali o sudatorio.

El cencali existe hoy todavía en todo Méjico. Es una construcción de adobes o de barro cocido, que tiene forma de tinaja y alcanza alturas que varían de dos y medio a cinco metros. En él se almacenan las mazorcas de maíz.

El temazcali era el lugar donde se tomaban baños de sudor. Estas construcciones tenían de uno y medio a dos metros de altura por dos a dos y medio de diámetro. Tenían bóveda con saledizo, y en ellas se penetraba por una puerta baja, arrastrándose.

Las grandes construcciones de Méjico han sido destruídas, pero quedan en el Anahuac ruinas que nos dan idea de ellas. Las ruinas de Xochicalco (2), situadas a poca distancia al sudoeste de Cuernavaca (la antigua Quauhnahuac) en una meseta caliza, se hallan en estado notable de conservación.

Xochicalco, centro de la tribu nahuatlaca de los Tlalhuicas, estaba fortificada. Al este se ven todavía las ruinas de dos potentes bastiones; a la izquierda hay una arista muy aguda, al pie de la cual se había abierto profunda trinchera. Otras trincheras hay del lado norte. La eminencia sobre la cual se alzan las ruinas denominadas Templo de Xochicalco» está defendida por un foso ancho y profundo, que la da vuelta. En la cumbre se yerguen las ruinas, protegidas en el flanco de la colina por levantamientos de tierra. El templo de Xochicalco,

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(1) La construcción de estas dos clases de casas perduraba todavía en Tlaxcalán en los últimos años del siglo XIX. Véase Starr, Notes upon ethnography of Southern-Mexico (PDAS, vol. VIII, 1901, páginas 114-116).

(2) Las ruinas de Xochicalco fueron ya visitadas y descritas en 1777 por ALZATE Y RAMÍREZ, Descripción de las antigüedades de Xochicalco. Visitáronlas de nuevo, en 1831 DUPAIX Y CASTAÑEDA, publicándose la descripción que de ellas hicieron en el tomo IV de las Antiquities of Mexico de KINGSBOROUGH. HUMBOLDT (Vue des Cordillères, pág. 98), TYLOR (Anahuac, pág. 189), NEBEL las describen brevemente. La descripción más reciente y mejor es la de E. SELER, Die Ruinen von Xochicalco (SGA, vol. II, págs. 128-168). Las eseulturas que cubren este monumento han sido publicadas íntegramente en la obra de A. PEÑAFIEL, Monumentos del arte antiguo mexicano. Berlín, 1890, tomo I.

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